lunes, 19 de octubre de 2009

Marcelo Bielsa

Debemos empezar con una declaración de principios. Y el único principio que nos motivará es el fútbol. El fútbol nuestro de todos los días, ese que tiene el poder de consagrar nuestra semana a una sucesión de desánimos y expectactivas o de euforias y chicanas. El fútbol que respiramos, que predomina en nuestras conversaciones, ya tengan lugar en las torres Catalinas o en el punto más pobre del Conurbano. El fútbol que no sabe de niveles de instrucción, no sabe de opciones políticas... Es una dimensión sustancial de la sociedad argentina, detractores remítanse a un análisis objetivo de las portadas de los diarios, de los tópicos de conversación, de las horas de televisión dedicadas, y, sin el menor orgullo, de los millones de dólares que representa su industria.
Me parece honesto aclarar desde dónde hablaremos: desde la convicción de que el fútbol mantiene la pureza de un juego y de un deporte, desde la identificación del hincha, desde la pasión por un equipo, desde el goce de patear un pelota, desde todo lo que genera en nuestras relaciones personales, desde el análisis profundo, desde la independencia de las opiniones de los periodistas, desde la franqueza humana y la capacidad de sacarnos la camiseta, también desde la capacidad de ponernos la camiseta, desde la hermosa yuxtaposición de lo subjetivo y lo objetivo, del sentir y del pensar, desde la admiración y la crítica, desde la pasión y la reflexión, de lo imprevisible y lo planificable.
Una declaración de principios tiene que incluir un repaso somero de las concepciones futbolísticas: la síntesis de la totalidad de los aspectos del juego incluidos en la totalidad de las concepciones. Sin embargo, es el fútbol ofensivo el que otorga realmente sentido al fútbol: sólo el que busca el orgasmo del gol es el que puede obetener el goce de la victoria. El fútbol ofensivo es aquél en el que todos atacan y todos defienden, para recuperar la pelota lo más rápido posible para seguir atacando. El fútbol ofensivo es aquel a quien no le importa el rival ni la cancha, el que libera la creatividad a la hora del ataque y prescinde de complejos sistemas de defensa que multiplican hiperbólicamente las mínimas variantes defensivas que existen. Es decir, defender puede defender el atleta, el jugador físico y eso, salvo los exquisitos zagueros, lo puede hacer cualquiera de la misma manera. El fútbol ofensivo tiene millones de variantes y aún así, queda la cuota de talento, de desequilibrio, que los elegidos, que los distintos, pueden aportar a cualquier opción de ataque.
El título de la entrada, de esta declaración de principios, es la síntesis de lo expuesto, aunque lo que escribamos, jamás agotará lo que representa ese nombre y ese hombre, para el fútbol, que no es otra cosa que Vida.